domingo, 19 de febrero de 2006

Estado ausente

Nadie recuerda porqué las calles del barrio se llaman así, pero no podrían haberse bautizado de manera más acertada: Batalla de Ayohuma, Batalla de San Nicolás, Batalla de Famaillá. Son las calles del barrio William Morris de Del Viso, que terminan en uno de los basurales más impresionantes que he conocido.

Del otro lado de la basura, en el Barrio El Rocío, las calles se llaman diferente: San Pedro, San Agustín; pero ante la inoperancia municipal, la indignación de los vecinos de un lado y de otro, es la misma. El predio es lo más parecido a un campo de batalla, con olores nauseabundos, humo irrespirable que irrita los ojos, algunos perros muertos, y muchos roedores vivos. Sólo que éste campo no se sitúa en los tiempos en los que nuestra patria nacía, sino hoy, y a muy pocas cuadras de la soberbia opulencia de los campos de golf y de polo más exclusivos del país.

El basural tiene habitantes de adentro y de afuera: los primeros son cirujas con sus carritos, camiones municipales con restos de poda (según los vecinos, provienen no sólo de Pilar, sino también de Malvinas Argentinas y José C. Paz), y otros camiones con otros desperdicios de dudosa identificación. Los segundos —los habitantes de afuera— se llevan la peor parte, porque están condenados a convivir con la mugre en todo momento. Una vivienda lindera, que por lo demás es igual a las que se pueden encontrar en cualquier barrio cerrado, tiene un cartel de venta en su puerta: "no soportamos más; sé que con el basural al lado, mi casa vale la mitad de lo que nos costó hacerla, pero así no podemos seguir. Tengo en mi casa un hijo de tres años conviviendo con ratas de todos los tamaños", dijo con impotencia su joven propietaria, vecina del lugar por poco tiempo más.

Desde el gobierno del intendente Humberto Zúccaro aseguran conocer el problema, y haberse ocupado "muchas veces" de él. Varios funcionarios reconocen que parte de la basura es arrojada por la misma delegación municipal de Del Viso. Creo que esta inadmisible situación, en lugar de "estado ausente", se puede definir mejor como de "estado cómplice".

Es extraño, pero esta misma semana, cuando algunos integrantes de FedePil nos habíamos comprometido ante otras instituciones delvisenses a visitar el basural, una máquina de la delegación se nos adelantó, y según lo que pude ver, pretendió enterrar algo de basura con tierra. Fue como querer tapar el sol con la mano. ¿Tanto pueden intentar subestimar a los vecinos?.

Es una situación casi patológica: mientras el Hospital Austral destina recursos privados enviando su camión sanitario a atender la salud de los habitantes del barrio, y dos comedores comunitarios asisten a los niños con alimentos y cuidados, el gobierno municipal se acerca a El Rocío a tirar basura y contaminar.

Desde el gobierno provincial, por su parte, un funcionario de Felipe Solá aseguró que la Municipalidad Del Pilar tiene los recursos necesarios para resolver el tema, pero que no terminan de hacerlo porque "si se pueden sacar la soga del cuello, se la sacan".

El intendente Humberto Zúccaro dice estar construyendo "un Pilar para todos". Los vecinos de El Rocío le reclaman que a los "escombros" de esa obra en permanente construcción los haga tirar donde corresponda, y no al lado de sus casas; por el respeto que el jefe comunal dice tenerles, y que resulta tan difícil comprobar en la realidad; una realidad que, a pesar del paso de los años, sigue siendo "la única verdad".

miércoles, 1 de febrero de 2006

Un Pilar para todos

(EL DIARIO REGIONAL, 01/02/2006) A tan sólo 30 días del momento en el que los artesanos deban cargar con sus productos y marcharse de la Plaza, nadie desde el gobierno ha podido expresar con claridad al menos una razón válida para desalojarlos. Se pretendieron argumentos de los más variados: que la feria provocaba caos en el tránsito, que ensuciaba, que competía en forma desigual con los comercios de la zona, etc. Ninguna de estas razones resiste el demasiado análisis.

Artistas sí, artesanos no
A nuestro intendente le cuesta comprender algunos sistemas —por cierto complejos— que explican problemáticas sociales; basta recordar el verano pasado, cuando Zúccaro responsabilizó del delito en Pilar a los habitantes de distritos vecinos pobres; en otras palabras, a los pobres. De igual modo, ahora dice que cincuenta artesanos son los responsables de la anarquía vehicular en el centro de nuestra ciudad. Y asegura que por más firmas que recojan los productores para no ser desalojados, a él no le interesa: “me pueden juntar cinco mil (firmas), la decisión está tomada”; ¿será porque son pobres?.
Parece una actitud casi patológica: mientras que el intendente quiere echar a los artesanos de “su” plaza, el Instituto Municipal de Cultura convoca por los medios a quienes estén interesados en participar de las actividades de la peatonal, frente a la Plaza; malabaristas, payasos y artistas en general accederán a mostrar sus creaciones y a pasar la gorra; los artesanos, en cambio, serán expulsados del mismo lugar calificándolos de mentirosos y sucios.

Espacios públicos
En lugar de proponer una ordenanza que regule la actividad de las ferias artesanales en beneficio de todos, el intendente Zúccaro se confunde al afirmar que “pocos son artesanos de verdad”. Si de lo que se trata es de ocupar el espacio público con artesanos “de verdad”, y para él éstos no lo son, debería establecer normas de selección, otorgando permisos para trabajar en la Plaza a quienes resulten elegidos en función de la calidad de su arte, de su lugar de residencia, etc. ¿Es razonable que el gobierno coloque a estos trabajadores en la categoría de delincuentes y los corra con garrote en mano del sitio que ocupan desde mucho antes que este mismo gobierno clamara que “volvamos a la Plaza”?. Hace menos de 3 años, la feria había sido declarada de interés municipal.

Si tanto le molesta al jefe comunal que un espacio público de la Plaza esté ocupado por vecinos a los que él califica de sucios, otros podríamos cuestionarle a Zúccaro que otros espacios públicos estén ocupados por su omnipresente nombre. Como algunas señales de tránsito, o vehículos municipales, en los que hace pintar su nombre. Al hacerlo utiliza el dinero de los contribuyentes en beneficio propio.

Construir una sociedad para todos es el gran desafío que tenemos por delante. El respeto por las diferencias, la libertad de expresión, la integración de lo diverso y la búsqueda de consensos deberían ser los cimientos de esa ciudad que debemos edificar.

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