viernes, 10 de abril de 2009

El otro lado del muro

La construcción de un muro entre San Isidro y San Fernando, según el intendente de San Isidro Gustavo Posse, “responde a una cuestión de seguridad”. Así salió al cruce de las críticas que generó su iniciativa de cercar el barrio Jardín que separa su distrito de San Fernando.

¡Qué fácil sería que los problemas se resolvieran con sólo ocultarlos detrás de una pared! Quienes conocemos algo sobre la seguridad y las políticas públicas que la mejoran, sabemos que la inseguridad no disminuye al aumentar la altura de los muros, sino al aumentar la equidad social. Y que la criminalidad no está vinculada a la pobreza, sino a la mala distribución del ingreso (desde ya que también es necesario atender otras variables que afectan la inseguridad, como la policía, el servicio penitenciario y la Justicia).

En consecuencia, la solución al flagelo de la inseguridad —que puede ser difícil de implementar— es conceptualmente simple: políticas públicas que incluyan, que mejoren la mala distribución del ingreso, que brinden servicios equitativos para todas y para todos.

Las reacciones en contra del muro sanisidrense fueron inmediatas y contundentes: todos, desde el más humilde de los vecinos, hasta la Presidenta de los argentinos, repudió la obra. Pero, ¿qué pasa en nuestro distrito? Pilar posee tantos metros de muros alrededor de countries y barrios cerrados que puestos uno a continuación de otro, permitirían vallar la ruta Panamericana a lo largo de los casi 60 kilómetros que nos separan de la ciudad autónoma de Buenos Aires.

Entonces, ¿por qué fue tan inmediata y categórica la reacción en San Isidro por apenas ocho cuadras de vallado? Simplemente, porque se trató de un cambio violento: hasta ayer no había muro, y hoy sí; hasta ayer los vecinos de San Fernando veían pasar los autos, y hoy comenzaban a ver un paredón. 

En Pilar, por el contrario, como en la parábola de la rana hervida (ver abajo), comenzamos a separar “los de adentro” de “los de afuera” a través de los años, ladrillo sobre ladrillo, gobierno tras gobierno.

Cada vez que a nuestros gobernantes se les “cae” alguna idea sobre seguridad, tiene que ver casi siempre con atender a la “sensación” de inseguridad, esa que mejora cuando se ven más uniformes por la calle. Pero con respecto a solucionar las causas profundas, ahí sí que las propuestas oficiales no abundan.

Los muros que separan los barrios cerrados del “afuera” son construcciones ilegales, que a lo largo de los años fueron autorizadas por los sucesivos gobiernos comunales como lamentable reconocimiento de su impotencia para actuar frente a la inseguridad.

Hace casi un año, por ejemplo, Zúccaro propuso crear una “tasa de seguridad” que se les iba a cobrar a los habitantes de las urbanizaciones cerradas. Al principio la poco feliz iniciativa pareció prosperar, pero fue al final dejada de lado.

Por entonces, nuestros representantes en el Concejo Deliberante tuvieron posiciones encontradas: mientras Diego Ranieli, concejal denarvaísta, aplicó el sentido común, y no estuvo de acuerdo con la tasa de seguridad (“primero hay que elaborar planes y después llevarlos a la Provincia para que los apliquen”), la edil lopezmurphista Marcela Campagnoli dijo que ella sí estaba de acuerdo en reflotar la tasa de seguridad que pagarían las urbanizaciones cerradas… también dijo estar de acuerdo con la “tolerancia cero” y con “sacar a los limpiacristales de la calle”…

Los expertos reconocen desde hace años que la tasa de criminalidad disminuye a medida que disminuye la inequidad. En lo inmediato, y desde el municipio, no tengo dudas que se puede hacer mucho, principalmente trabajando para que el espacio público presente “condiciones disuasivas”: tiene que estar desmalezado, iluminado, con un servicio de trasporte público de colectivos que funcione con eficacia y con una frecuencia regular.

Charles Bowden escribió hace 2 años una nota referida al muro que separa Estados Unidos de México, “El Muro Incómodo”, publicada en el “Nacional Geographic”: “Los muros nos encantan y nos avergüenzan porque dicen algo desagradable de los vecinos... y de nosotros mismos”. 
Qué vergüenza!

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La parábola de la rana hervida

Si ponemos a una rana en una olla con agua hirviendo, inmediatamente intenta salir. En cambio, si ponemos a la rana en el agua a la temperatura ambiente y la vamos calentando de a poco, se queda tranquila. A medida que la temperatura del agua aumenta, la rana está cada vez mas aturdida y finalmente no está en condiciones de salir de la olla. Aunque nada se lo impide, la rana se queda allí y hierve. ¿Por qué? Porque la rana en su aparato interno está preparada para detectar amenazas en relación con cambios repentinos en el medio ambiente, no para cambios lentos y graduales.

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