Si algo podemos concluir con esta imagen, es el indiscutible destino común que nos une como seres humanos. No hay fronteras en nuestro planeta, como no las hay en el universo. Tampoco debería haberlas en nuestros corazones. En consecuencia, deberíamos entender lo irracional que resulta vivir compitiendo, “ávidos de matarnos unos a otros” en lugar de esforzarnos, primero, en cooperar.
Sin embargo, la predisposición para cooperar necesita de un ingrediente imprescindible: la confianza. Y, lamentablemente, en nuestro país esa confianza desapareció hace tiempo: según un informe reciente del CONICET, instituciones como el Congreso, o como los partidos políticos o las iglesias evangélicas, presentan un nivel de confianza anclado en valores más cercanos a 1 (total desconfianza) que a 10 (total confianza).
¿Cómo comenzar a reconstruir la confianza perdida? Frente a nuestros ojos tenemos la respuesta: la pandemia de coronavirus, con esta situación de aislamiento obligatorio y angustia generalizada, nos debe permitir reconocer que nuestro destino colectivo depende del comportamiento individual. Que el cierre de las fronteras que comienza hoy en nuestro país puede ser una buena medida de corto plazo, pero en el largo, como dice el cantautor español Patxi Andión (1947-2019) “no hay salvación si no es con todos” (al menos, salvación terrena). Así, en los grupos de WhatsApp de vecinos emergen día a día más propuestas altruistas, de docentes ofreciendo clases on-line gratuitas a los chicos y chicas del barrio, o de otros que graban videos interpretando alguna canción para compartir con sus vecinos, y hacer la cuarentena más llevadera.
Cuando hayamos ganado la batalla contra el coronavirus, podremos reconocer quienes fueron parte de la solución, y quienes continuaron siendo, como desde hace décadas, parte del problema. Y actuaremos en consecuencia. Por ahora, ciudadanos de a pie, mantengamos esta actitud de responsabilidad solidaria. Démosle a nuestra existencia, mientras podamos, un instante de eternidad.
Sin embargo, la predisposición para cooperar necesita de un ingrediente imprescindible: la confianza. Y, lamentablemente, en nuestro país esa confianza desapareció hace tiempo: según un informe reciente del CONICET, instituciones como el Congreso, o como los partidos políticos o las iglesias evangélicas, presentan un nivel de confianza anclado en valores más cercanos a 1 (total desconfianza) que a 10 (total confianza).
¿Cómo comenzar a reconstruir la confianza perdida? Frente a nuestros ojos tenemos la respuesta: la pandemia de coronavirus, con esta situación de aislamiento obligatorio y angustia generalizada, nos debe permitir reconocer que nuestro destino colectivo depende del comportamiento individual. Que el cierre de las fronteras que comienza hoy en nuestro país puede ser una buena medida de corto plazo, pero en el largo, como dice el cantautor español Patxi Andión (1947-2019) “no hay salvación si no es con todos” (al menos, salvación terrena). Así, en los grupos de WhatsApp de vecinos emergen día a día más propuestas altruistas, de docentes ofreciendo clases on-line gratuitas a los chicos y chicas del barrio, o de otros que graban videos interpretando alguna canción para compartir con sus vecinos, y hacer la cuarentena más llevadera.
Cuando hayamos ganado la batalla contra el coronavirus, podremos reconocer quienes fueron parte de la solución, y quienes continuaron siendo, como desde hace décadas, parte del problema. Y actuaremos en consecuencia. Por ahora, ciudadanos de a pie, mantengamos esta actitud de responsabilidad solidaria. Démosle a nuestra existencia, mientras podamos, un instante de eternidad.